La contradicción o la incoherencia. El decir alejadísimo del hacer. El alardeo permanente de la cultura progresista o 'cultura woke' detonado a plena luz del día. Ese fue el pecado imperdonable en la extinta carrera política de Alberto Fernández. A la Universidad Nacional de San Juan acaba de pasarle algo muy similar.

La UNSJ se albertizó y hay razones concretas para decirlo sin titubeos después de la escandalosa sesión secreta del Consejo Superior que el 19 de septiembre mandó al archivo una causa por acoso laboral y sexual contra el decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Rodolfo Bloch.

La investigación comenzó por la denuncia de una trabajadora no docente de aquella unidad académica asentada en el Complejo Universitario Islas Malvinas. Los detalles nunca trascendieron en resguardo de la presunta víctima. Pero intervino la Oficina de Género contra las Violencias y la Discriminación, el Área de Sumarios y la Dirección General de Asuntos Legales. 

Las tres dependencias recomendaron una serie de acciones que terminaron en un tacho de basura, por el voto negativo o las abstenciones en el Consejo Superior. Bloch pudo respirar aliviado. Aunque la sesión fue secreta, trascendió que el decano contó con el invalorable apoyo de sus pares. Actuaron en bloque. Corporativamente.

Trascendió también que el rector, Tadeo Berenguer, votó a favor de la investigación. Pero las voluntades fueron insuficientes porque la gravedad de la cuestión exigía una mayoría especial que no se reunió.

A la postre, que uno haya votado en un sentido y otro en el sentido contrario terminará siendo anecdótico. La UNSJ quedó manchada. La historia contará que la casa de altos estudios que se jactó siempre de marchar a la vanguardia de los derechos y las conquistas, se dejó ganar por otros mecanismos rancios.

A estos hilos invisibles Javier Milei los bautizó como 'casta'. Huelgan las aclaraciones. En apenas cinco letras pudo sintetizar el concepto y prendió en el electorado. No fue mérito del ahora presidente de la Nación, sino un reflejo del hartazgo acumulado. Los libertarios sabrán aprovechar el nuevo traspié institucional. Nadie se haga el sorprendido.

Después de la foto de Olivos -el festejo de cumpleaños en plena cuarentena- el peor escándalo que terminó de sepultar la carrera política de Alberto Fernández fue la causa por violencia de género iniciada por Fabiola Yáñez

La difusión de las fotos que ella misma se tomó con hematomas en distintas partes del cuerpo y particularmente las lesiones en el ojo derecho, estremecieron fundamentalmente a los que militaron para y por el proyecto. 

Con honestidad absoluta, aplaudieron la creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad en la gestión anterior. Por primera vez elles tuvieron un lugar en las políticas de Estado. Debió haber sido revolucionario. Pero se convirtió en el emblema del doble discurso. Dolorosamente.

La derecha argentina festejó la victoria servida en bandeja. El combate al progresimo o a la 'cultura woke' anotó el escándalo a su favor. Milei fue y es apenas el emergente de un sector mucho más profundo, dispuesto a llevar la confrontación hasta el límite.

El primer secretario de Culto de este gobierno, Francisco Sánchez, se hizo conocido en mayo pasado cuando, en España, pidió 'recuperar los valores tradicionales' y se pronunció en contra del divorcio vincular, el matrimonio igualitario y el aborto legal. Una locura. Un retroceso total para una sociedad destacada internacionalmente por ponerse siempre a la vanguardia de los derechos civiles.

Sánchez fue desplazado y reemplazado. Pero sus declaraciones nunca fueron discordantes con el sentir del nuevo gobierno. Acaso alguien pueda olvidar que la canciller Diana Mondino comparó al matrimonio homosexual con tener piojos. No tiene remate.

Pero el punto no es confrontar con la derecha sino advertir que los exponentes del progresismo ofrecieron, increíblemente, un flanco de ataque a partir de los propios errores.

A esta altura más de uno estará preguntándose qué tiene que ver todo esto con el caso de la UNSJ contra Bloch. La respuesta es simple. La universidad pública es uno de los estandartes del progresismo. Precisamente ese carácter la convirtió en un blanco.

El presidente apuntó contra la ideologización que -él entiende- se imprime en las aulas. Bueno, esta vez no funcionó así.

Aunque la Federación Universitaria de San Juan firmó un discreto comunicado contra la votación secreta del Consejo Superior, luego no hubo portavoces dispuestos a brindar declaraciones públicas. Solo salieron a exponerse actores sindicales, como Jaime Barcelona, de Adicus, y Daniel Durán, de Apunsj. También lo hizo Jorge Cocinero.

El arquitecto irá por el rectorado el año próximo. El remate se cuenta solo.


JAQUE MATE