La vida que queremos (y la que se puede)
Hay un escenario delicado, que excede lo político o las conjeturas reeleccionistas. La mayor dificultad es recomponer la autoridad sanitaria frente a un eventual nuevo brote de contagios.
Aparentemente el presidente Alberto Fernández espera llegar a un acuerdo con la justicia para hacer una donación de su sueldo, como resarcimiento por la fiesta clandestina en Olivos en plena cuarentena. Mientras tanto, una de las amigas de Fabiola Yáñez pidió al Tribunal que declare la inconstitucionlidad del DNU ¡del marido de la cumpleañera! Más allá de la resolución final que adopte el magistrado interviniente, habrá una secuela política que no será necesariamente en beneficio de la oposición. El impacto más importante tampoco será en la imagen del jefe de Estado o en sus chances de reelección, como empezaron a especular prematuramente algunos medios porteños. El efecto más delicado será y es de carácter sanitario.
La ministra de Salud Carla Vizzotti tuvo que poner la cara por la fiesta clandestina presidencial y respondió con una metáfora. Dijo que la foto no altera la película, que el error no empaña la gestión global. Posiblemente tenga razón. Pero tampoco se puede minimizar el daño autoinfligido. Costará mucho, muchísimo, verlo nuevamente a Fernández en cadena nacional anunciando un nuevo período de confinamiento. Ojalá no fuera necesario, pero otras naciones debieron retroceder en las flexibilidades a pesar de la vacunación, por el ingreso de la temible variante Delta.
En Ciudad Autónoma y algunas partes de provincia de Buenos Aires, hay circulación comunitaria de esta variante súper contagiosa. Lo reconoció la propia Vizzotti este martes recién llegada de Rusia ante la consulta periodística. Sin embargo, la ministra hizo una aclaración: todavía la Delta no es dominante, está en competencia con sus antecesoras que, a la luz de la comparación, son más benignas. Por eso la tristemente célebre curva epidemiológica todavía no despegó. Los casos siguen muy acotados y los fallecimientos también.
En San Juan se alcanzó el nivel de casos activos más bajo de todo el año. El nivel de ocupación de camas críticas bajó al 60 por ciento, mientras en el resto del país el promedio ni siquiera llega al 50 por ciento. Todo parece bajo control. Por eso el clima de tranquilidad permite sumar factor de ocupación en lugares cerrados y hasta retomar la presencialidad total en las escuelas desde esta semana, aunque sea de manera gradual y en los departamentos menos poblados.
Hasta se podrá entrar a la cancha con un aforo del 30 por ciento el próximo 9 de septiembre para ver a la Selección. Lo anunció el ministro de Turismo y Deportes de Nación, Matías Lammens. A todo esto obedece el slogan de campaña del Frente de Todos: 'La vida que queremos'. Es una afirmación lógica, hasta obvia. Un deseo ¿hecho realidad? Parece pronto para decirlo.
El fantasma de la variante Delta está ahí, latente. La jefa de Epidemiología de San Juan, Mónica Jofré, fue categórica el lunes 2 de agosto cuando pasó por Banda Ancha: eventualmente la tercera ola llegará. Coincidió con ella el investigador del Instituto de Automática de la UNSJ y del Conicet, Daniel Patiño. E incluso le puso fecha: dijo que será no más allá de septiembre.
No hay adivinación de por medio, ni un oráculo, sino evidencia científica observable en naciones muy bien vacunadas en el hemisferio norte, como Israel. La nueva variante ha demostrado tener un poder de contagio impresionante en comparación con las anteriores, aunque por supuesto que la inmunidad con doble dosis permite resistir mejor, con menos pacientes graves y menos fallecimientos.
Sin embargo, aún con altos niveles de vacunación, algunas naciones como Australia y Nueva Zelanda tuvieron que retroceder en las libertades y pagaron el costo con protestas sociales en las calles. ¿Se puede imaginar nuevamente un encierro total en Argentina si la situación así lo requiriese? Absolutamente no. Y una de las razones es el descrédito presidencial para ordenar una medida sanitaria de esa naturaleza.
Entonces hay un escenario delicado, que excede lo político o las conjeturas reeleccionistas. Todo eso puede esperar porque ciertamente es secundario. La mayor dificultad es recomponer la autoridad sanitaria frente a un eventual nuevo brote de contagios. El último confinamiento de mayo afectó escasos tres días hábiles, en función de una alquimia con feriados. Y fue recibido con malestar, aunque con una buena cuota de comprensión porque los hospitales y las clínicas estaban literalmente al borde del colapso. Los pacientes circulaban en ambulancia de un lugar a otro hasta encontrar sitio. Eso pasó aquí en San Juan hace apenas tres meses.
El confinamiento permitió cortar la transmisión viral y desde ahí en adelante la curva fue en picada. Pasó la peor parte del invierno y la vacunación aceleró su etapa de segundas dosis. Pero está ahí tras bambalinas la variante Delta. Se logró retrasar su ingreso al país con medidas duras, como el aislamiento forzoso para quienes regresaran del exterior. Pero aún así la peste saltó el cerco. Y hay cirulación comunitaria. No es predominante, pero está.
Salud Pública autorizó flexibilidades y lo sigue haciendo, pero con máxima cautela. El ejemplo más visible es el regreso a la presencialidad plena en las escuelas. Primero en los departamentos alejados, migrando burbujas por tercios, hasta unificar el aula al cabo de casi un mes. En el Gran San Juan la experiencia empezará así, paso a paso, desde el 20 de septiembre. Y los establecimientos más enormes, como la Boero, quedarán para el último, para octubre. Porque nadie sabe a ciencia cierta, nadie puede predecir lo que sucederá no en el sistema educativo, sino en la provincia entera. O en el país.
Por supuesto nadie quiere volver a una medida extrema, porque esa medida extrema dependerá de una decisión política, de una autoridad sanitaria que durante meses pidió responsabilidad.
JAQUE MATE