Marcelo Hugo Tinelli fue tendencia esta semana no tanto por su debut sino por el desprecio exhibido en su pantalla hacia las medidas de distanciamiento social. Quien no lo vio por TV luego pudo hacerlo en redes sociales. Estuvo bien titulado por los medios porteños: fue una verdadera fiesta clandestina vip televisada. Hubo demanda penal y respuesta del dirigente cuervo. Pero en San Juan también hay escándalos. Sería un desperdicio distraerse con aquella pelea, sin antes atender los trapos sucios en casa.

El juez de Faltas Enrique Mattar reveló el dato más esperado, el monto de las multas que se aplican actualmente en la provincia a toda aquella persona que es sorprendida por la Policía participando de una fiesta clandestina. Son entre 2.000 y 3.000 pesos según el caso. Para el magistrado, no es un monto menor teniendo en cuenta los tiempos de crisis que atraviesa el país. Pero, basta hacer una mínima comparación para entender que los importes son simbólicos y la sanción se convierte casi en una jodita para Tinelli.

Por ejemplo, entre 2.000 y 3.000 pesos vale un par de zapatillas de tercera marca. No alcanza para un par de segunda marca. Equivalen a medio tanque de combustible, al menos por ahora mientras no venga un nuevo aumento. Es el importe de una salida a cenar un par de lomos con bebidas incluidas. Casi un par de botellas de fernet, según el subsecretario de Seguridad, Abel Hernández.

El comisario general retirado ni siquiera intentó maquillar la situación. Las multas son simbólicas, baratas, una vergüenza. Entonces el personal policial despliega grandes operativos, llega hasta sitios inhóspitos, debe corretear a campo traviesa a los involucrados que siempre intentan fugarse y finalmente es insultado por los fiesteros. Por aquello de las libertades individuales y toda la cháchara de moda.

Semejante esfuerzo queda opacado por el monto insignificante de las multas. Entonces cabe preguntarse si el problema radica en los Juzgados de Faltas. Si los magistrados están mirando para otro lado o pateando en contra. En principio no parece que fuera el caso, porque aplican lo que indica el Código de Faltas de la Provincia. Y ese tipo de multas, a diferencia de las infracciones viales, se quedaron en el tiempo. No están atadas al valor de los combustibles, entonces son hasta simpáticas para el que las tiene que saldar. Se convierten en parte de la picardía, de la anécdota de la fiestita que se hizo a escondidas y terminó con patrulleros. Una jodita para Tinelli.

'Estos personajes evidentemente disfrutan con la transgresión', dijo Hernández con evidente bronca. La burla es total. Se burlan de los cuidados que está teniendo la inmensa mayoría de la sociedad y luego se burlan de los controles policiales. Si el costo final de la burla no supera los 3.000 pesos, entonces poco queda por hacer. Afortunadamente y según el subsecretario de Seguridad han bajado las denuncias por fiestas clandestinas al 911. Esto puede significar que están ocurriendo menos y sería una buena noticia. Lo peor sería que la gente ya no se moleste en hacer el llamado.

Argentina se estremeció este miércoles con casi 40.000 casos nuevos de Covid 19. Todos los récords quedaron aplastados por esa cifra nunca imaginada. Hasta la Ciudad Autónoma de Buenos Aires evaluaba cerrar escuelas secundarias y pasarlas íntegramente a la virtualidad, después de haber resistido hasta en la Corte Suprema el decreto presidencial del 1 de mayo. El desborde es innegable.

San Juan también atraviesa por un momento crítico, con un nivel de ocupación camas de terapia intensiva que supera al promedio nacional y una cantidad de contagios por encima de los 400 casos por día. Organizar reuniones sociales a escondidas, fiestas clandestinas para sacarse la mufa y pasar el rato, es un acto de desprecio. Y sí, seguramente entre los argumentos para defender el derecho a celebrar aparecerá la doble vara que tuvo el gobierno. Porque es verdad que el propio presidente Alberto Fernández se ha expuesto con descuido ante la vista de todos en más de una ocasión.

Cuando murió Diego Armando Maradona el 25 de noviembre del año pasado, hubo un velatorio multitudinario y carente de todo distanciamiento en las puertas de la Casa Rosada. Nada menos. Fue una imagen dantesca. Sin embargo, aquellos contagios se manifestaron en diciembre. Cinco meses después, argumentar con lo de Diego para justificar las fiestas clandestinas es insostenible. Una pavada.

Como dijo un viejo ministro de Economía, hay que pasar el invierno. El agotamiento social es compartido. La angustia, la incertidumbre, el hartazgo, no son exclusividad de un grupo. La pandemia llegó sin previo aviso y sacudió al mundo. Sigue siendo una buena recomendación apartar la vista del propio ombligo y mirar un poco hacia otras naciones, para entender la dimensión del problema. Es cierto que hay países más vacunados que Argentina. Pero ni siquiera esas naciones han zafado de los rebrotes.

Nadie dejará de organizar una clandestina por temor a las multas, está claro, si el monto hasta se puede incluir en el valor de la entrada, para salvar costos de antemano. Aunque se agravaran las sanciones, igualmente los controles policiales no darían abasto. Si no hay una reacción colectiva que deje de buscar excusas, que asuma el desafío epidemiológico, tampoco habrá soluciones extraordinarias. Solo consecuencias. Entonces sí, habrá que pagar la fiesta.

JAQUE MATE