"No podemos mantener a la gente en un encierro eterno porque no resisten", dijo el presidente Alberto Fernández este lunes. Seguramente fue advertido por los especialistas sobre el impacto que empieza sentirse en el interior de cada domicilio, mientras continúan las puertas cerradas. La cuarentena está cumpliendo 40 días ininterrumpidos y queda por delante un largo periodo de duración indefinida.

La vida entera se redujo a cuatro paredes, sean las de la propia casa o las del trabajo, si fue considerado como una actividad esencial. Cuatro paredes y muchas pantallas para engañar a la realidad con la virtualidad de las redes sociales. Como si fuera un encuentro con la familia. Como si fuera una reunión de amigos. Un simulacro montado porque no quedaba otra alternativa más que el distanciamiento social para ponerle freno al contagio.

El presidente puso sobre la mesa un aspecto derivado del aislamiento que hasta ahora parecía secundario. El temor al Coronavirus, a la cabeza, ganó la atención de toda la estrategia sanitaria. En segundo lugar apareció la caída de la economía como urgencia para atender. Hasta que finalmente apareció en escena la salud psicológica.

Fernández tuvo que suavizar igualmente su postura, porque la primera decisión en esta nueva etapa de cuarentena administrada y focalizada, es delegar en los gobernadores estas decisiones finas, adaptadas a la realidad de cada jurisdicción. 

En el transcurso de la pandemia, el mapa argentino se fue tornando muy diverso. A punto tal que San Juan quedó aislada con apenas dos casos importados y sin circulación viral. Mientras que en Mendoza, hasta ayer, había 75 casos confirmados y 10 muertes. Los contrastes son marcados.

Aún con esos números, pero sin casos nuevos en la última semana, el gobernador mendocino Rodolfo Suárez decidió primerear. Habilitó a su población a salir en un radio de 500 metros de su domicilio, durante una hora y por terminación de documento.

En la vereda opuesta a Mendoza, la Ciudad de Buenos Aires ratificó la prohibición de las salidas recreativas porque está subiendo la curva,  según dijo el vicejefe de Gobierno Porteño, Diego Santilli.

¿Y San Juan? Hay poco ímpetu en el gobierno para abrir las puertas de los hogares y jugar con fuego. La prioridad sigue siendo la preservación de la situación epidemiológica. Hay temor de que una muchedumbre en las calles sea el caldo de cultivo ideal para una explosión de Covid-19. Nuevamente, es la lógica de prepararse para lo peor, esperando que no suceda.

Sin embargo, las salidas recretativas son un tema en análisis por estos días. Lo reconoció el secretario de Estado de Seguridad, Carlos Munisaga. Y más tarde, la jefa de Epidemiología, Mónica Jofré. 

El presidente puso en un aprieto a las autoridades provinciales, que tendrán que diseñar un esquema a prueba de controles, para evitar que el vecindario completo termine amontonándose en la plaza del barrio. O en el Parque de Mayo, más verde que nunca desde que se pausó la visita cotidiana de familias enteras.

El ejemplo de los españoles invadiendo las calles, pegados unos al lado de otros, el primer día de salidas permitidas, encendió el alerta de este lado del mundo. Si en aquellas tierras devastadas por los contagios y las muertes por Coronavirus hubo semejante reacción popular, ¿qué podría esperarse en San Juan, donde la pandemia es poco más que una noticia sobre algo que está pasando en otro lado pero todavía no llegó?

Sin embargo, el impacto psicológico del encierro y el aislamiento hace semanas es materia de estudio entre los especialistas. A la incertidumbre por el futuro, a la angustia por la economía en recesión, se suma el simulacro permanente, a través de las videollamadas. No habrá abrazos todavía. Falta bastante para recuperar esa manifestación afectiva que define a la humanidad.

Como dijo el presidente Fernández, nadie podría resistir el encierro eternamente. Habrá que encontrar la manera de hacerlo con responsabilidad. Nuevamente, dispuestos a resignar libertades individuales en pos de cuidar la salud colectiva. Pero no será en lo inmediato

El gobierno provincial no tiene apuro en abrir los cerrojos. Y está bien que no lo tenga. Un error de cálculo tendría consecuencias graves. Habrá que seguir esperando.


JAQUE MATE