Tiempo de ceder
La escuela es el sitio donde confluyen derechos y obligaciones, en una sociedad agobiada por la pandemia. Llega una prueba contundente.
Además de poner a prueba el sistema sanitario, la pandemia enfrentó a cada uno con el límite de su propia paciencia. La peste empezó siendo una noticia lejana, un problema exótico de China. No pasaba por la cabeza de nadie que pudiera extenderse con la velocidad que finalmente sucedió. Ni mucho menos que mantuviera en vilo a todo el planeta durante más de un año. Vaya uno a saber cuánto tiempo más demandará ponerle fin. En la hoguera de las vanidades, cada quien se tuvo que enfrentar a sí mismo y dejar jirones de su vida en el camino.
Todavía cuesta resignar lo que alguna vez fue conocido como normalidad. Por eso siguen sucediendo fiestas clandestinas. No podría imputárseles a los participantes una intención de daño. No son delincuentes que están pergeñando un plan malévolo para destruir a la humanidad. Simplemente son personas que tiraron la toalla. Flojitas de voluntad, sí. Poco comprometidas con el cuidado del otro, también. Bastante narcisistas, por supuesto. Pero hasta ahí nomás. Humanos de toda humanidad.
Cada vez que la policía descubrió una fiesta clandestina, los demorados se defendieron recitando sus derechos contenidos en la Constitución Nacional. La libre circulación, la intimidad y la rebelión contra la 'pandemia maoísta', como se le escuchó vociferar a algún militante exacerbado junto al obelisco. Dejando de lado el disparate, la pulseada está entre los derechos y las obligaciones.
Lo dijo muy claramente el subsecretario de Seguridad, Abel Hernández, el pasado lunes en Banda Ancha. Una vez que son sorprendidos in fraganti, se acuerdan de los derechos pero no de las obligaciones. Y aquí entran no solo los fiesteros, sino también comerciantes de barrio que se exceden en el horario permitido para trabajar, o dueños de bares y restaurantes que superan el factor de ocupación hasta poner silla contra silla, con tal de vender un plato más. No es un delincuente el que quiere trabajar, en absoluto. Sin embargo, hay una situación de excepción.
Esta emergencia que se cuenta en cifras de contagios, camas ocupadas y muertos, no necesita demasiada explicación. La gran mayoría parece haberlo comprendido. La gran mayoría aceptó resignar mucho de lo que tenía. A todos les tocó ceder. Entonces, parece buen momento para preguntarse, íntimamente, qué entregó cada uno, personalmente.
Los trabajadores con oficios sin registrar, como jardineros, albañiles particulares, plomeros, personal de limpieza, todos fueron condenados a la parálisis. En 2020 tuvieron el IFE pero este año, absolutamente nada. Los confinaron en nombre del bien común y les soltaron la mano. Hubo una inversión importante en Tarjeta Alimentar, pero es únicamente para quienes tienen hijos de hasta 14 años. El resto la sigue mirando con la ñata contra el vidrio, como el tango.
Los comercios tuvieron que ceder. Perdieron ventas, porque la recesión se agravó con la pandemia. El confinamiento les pegó en la mandíbula. Tuvieron ATP, ahora tienen REPRO y en breve también el Proteger Empleo que financiará la provincia. Pero nada de eso alcanza si no hay una mejora en el poder adquisitivo. Y no sucederá en lo inmediato.
Los gastronómicos tuvieron que ceder. Terminaron con un factor de ocupación permitido de tan solo el 30 por ciento. Si quieren trabajar, tienen que servir un tercio de los platos que podrían en tiempos de normalidad. Peor aún los hoteleros, condenados a la supervivencia sin huéspedes.
El deporte tuvo que ceder. Aún cuando este lunes se disputaron partidos de fútbol en el Estadio del Bicentenario, las gradas seguirán vacías. Y eso no se podrá revertir en el corto plazo. Los clubes de barrio tuvieron que frenar los entrenamientos y retomarlos solo para mantener el cuerpo caliente.
Los políticos tendrán que ceder también. Este año habrá elecciones y la campaña en las calles será inviable. Digno de escrache. El que se atreva a pasear repartiendo votos será castigado por la gente. No se puede jugar más con la tolerancia social.
Este martes en Banda Ancha el bloquista Enrique Conti dijo que los políticos, tanto de oficialismo como oposición, tienen que dejar de tirar la cuerda, porque automáticamente lo asaltan las imágenes de 2001. Hace exactamente 20 años los cacerolazos iban casa por casa pidiendo que se vayan todos. De eso no hay retorno.
Si fracasó Mauricio Macri, si fracasa el gobierno actual, entonces no sirve el sistema. Y eso sin duda sería mucho más grave que la pandemia. Los dirigentes tienen que dar el mayor de los ejemplos en este arte de resignar.
Los docentes tendrán que ceder. Aún vacunados en un 95,7 por ciento con la primera dosis, es legítimo que tengan miedo de volver al aula. Y tendrán que hacerlo. Gradualmente. Con estrictos protocolos. Pero tendrán que hacerlo. Muchas familias también sentirán temor con el regreso a la presencialidad administrada, porque los chicos se contagian. Algunos pueden incluso desarrollar síntomas y terminar internados. Es una mínima proporción, ínfima. Pero alcanza para estar asustado.
Y aún así, tener aunque más no sea un día de presencialidad a la semana significará darle continuidad a una educación rota por la pandemia. Curiosamente, en la escuela confluye el derecho y la obligación también. Aprender y enseñar hasta donde sea posible. Rescatar a una generación marcada para siempre por el confinamiento de su infancia. Es tiempo de ceder.
JAQUE MATE