Dylan, el sólido guerrero que le viene ganado la batalla al cáncer
Haber resistido hasta 13 pinchazos en alguna de las quimioterapias fue muestra fiel de la fortaleza con la que el joven encaró su enfermedad.
‘Recuerda que un guerrero no detiene jamás su marcha’, reza a los gritos Spinetta en una de las canciones de Jade. La frase, podría ser perfectamente un mantra que Dylan y su familia hubieran repetido en todas las ocasiones en la que su enfermedad le presentaba obstáculos difíciles de sortear, obligándolo a ponerle todas sus fuerzas y más, para salir adelante. Al joven le diagnosticaron cáncer a los 15 años. Sin duda el enterarse fue un golpe duro, pero él no claudicó, y después de abrazarse y llorar con sus padres en un primer momento, respondió con solidez y fe, logrando hasta el día de hoy ir ganando la batalla.
El camino, para nada fácil, empezó cuando el joven se enteró de los resultados de la biopsia de la operación por ganglios inflamados. En un primer momento Dylan se enojó, luego lloró junto a sus padres, y acto seguido decidió ponerle el cuerpo a la lucha por sobrevivir. Hasta ese momento, el muchacho solo había pisado un hospital para la colocación de sus brakets y en distanciadas ocasiones. Todo era nuevo, todo le generaba miedo e incertidumbre.
Su padre, Edgar contó a Diario 13 todo lo que su hijo atravesó hasta el momento, y como nunca dejan de ser parte él y su esposa de la lucha del joven contra la enfermedad. ¿Qué hace que una familia se decida a pasar la celebración del año nuevo por separado?, ¿O que un padre se arrodille por horas al lado de una cama para sostenerle el brazo a su hijo, y así que pueda pasarle la medicación en la quimioterapia? La respuesta a estas preguntas es: el amor de padre. Ese amor que hace que hasta el día de hoy sean custodios celosos del bienestar de su hijo en el día a día, controlándole horarios de comidas, que tome agua, o que no vaya a comer algo que no deba.
Todo comenzó en vísperas de la llegada del coronavirus a San Juan. Corría marzo y Dylan había empezado el gimnasio. Un día común y corriente, como los que ahora se extrañan, el muchacho llegó a su casa y le comentó a su padre que tenía hinchado a la altura del trapecio, entre el hombro y el cuello. Su padre lo miró y le dijo que podía deberse a una mala fuerza, que luego le haría un masaje con 'Átomo' y que por lo tanto, trate de no esforzar la zona para no generar un desgarro. Era el primer indicio, aunque muy insignificante todavía para que él y su familia se dieran cuenta de que algo pasaba.
‘Estábamos comiendo y él miró hacia el techo y en el cuello le vi otra inflamación a la altura de la tráquea, entonces pensé inmediatamente que eran los ganglios que estaban inflamados, por eso decidimos que fuera a su pediatra, el mismo que lo atiende desde que nació’, relató el padre. El doctor del joven lo revisó y le recetó una serie de análisis, que incluían una ecografía abdominal y de cuello. El profesional señaló que podría ser virósico, o una bacteria o hematológico.
Los resultados de estos primeros análisis se hicieron esperar ya que la cuarentena había empezado hace unos días y la normalidad de todos se había alterado. Finalmente, Edgar logró que les pasen los resultados por Whatsapp. Para esos días a Dylan se le habían inflamado más el cuello. Cuando el médico pediatra vio los análisis lo derivó de inmediato a la doctora Gómez y a realizarse unos análisis reactivos.
El cirujano y la oncóloga coincidieron en que lo óptimo era operarlo, porque el cuello estaba comprometido, y es una zona que podría empeorar si seguía inflamando. La operación fue todo un éxito y la biopsia estaría en unos días, lo cual era importantísimo para conocer el estado del muchacho.
Hasta ahí todo lo vivido seguía siendo de alto impacto para un joven con poca o nada de experiencia en convivir en los ambientes de los hospitales. Le dieron el alta y tocaba el momento de la intriga, de esperar los resultados.
Un viernes Edgar fue a retirar los análisis de su hijo y los miró primero, leyendo que su muchacho tenía un linfoma de Hopkins. ‘La doctora me hablaba y yo no entendía nada, me voló la cabeza, empecé a maquinar cualquier escenario posible. Me enojé con Dios, lloré e insulté y luego de descargarme subí al auto y partí a mi casa’, contó apenado por el recuerdo Edgar.
Ese día, Edgar sabía que debía contar la verdad y aunque le costó muchísimo, no lo dudó. Los tres terminaron abrazados, llorando. ‘Pasamos el fin de semana no con angustia, sino con incertidumbre, y el lunes le preguntamos todo a la doctora sobre el tratamiento’, recordó el padre. El miércoles, Dylan arrancó con la primera de varias quimioterapias. Fue chocante, pero debía empezar cuanto antes. Al terminar las mismas, el primer obstáculo apareció en su camino, puesto que lo mandaron a realizarse una tomografía, para saber a qué se debía la recaída.
Para colmo la hinchazón en el cuello seguía creciendo. Pasaron a una quimio de riesgo, que exigía internación para tener control médico, e hicieron tres sesiones y Edgar empezó a tramitar el trasplante de médula autónomo que los médicos le dijeron que su muchacho necesitaba.
Una vez en Córdoba, en el auto particular de la familia, estuvieron 15 días. Vendría el 28 de diciembre, y a Dylan, junto a sus padres se les venían jornadas agotadoras. Edgar acompañando casi siempre a su hijo que sin poder moverse estaba internado en una habitación totalmente hermética, para evitar cualquier virus y gérmenes. Mientras la madre en gran parte se alojaba en un hotel, y la más pequeña de la familia en casa de sus padrinos. Así pasaron la insólita y difícil noche de año nuevo.
Los primeros 5 días en la clínica cordobesa le hicIeron quimios todos los días, y la segunda parte, fue más agresiva, ya que se le lastimó la lengua, tuvo fisura anal, ataque de pánico y ansiedad al estar tanto tiempo encerrado, sin embargo el joven sabía que era por su bien y le puso voluntad de acero.
Una vez que le realizaron el trasplante, solo quedaba esperar a que la renovada médula prendiera, para que empezara a producir anticuerpos, glóbulos rojos, y así curarse más rápido. Fue casi un mes de internación y al ver los médicos que Dylan había tenido una excelente recuperación en poco tiempo, regresaron a San Juan, ya que en la provincia en la que se encontraban, el coronavirus estaba pegando fuerte.
Con el exitoso trasplante de médula, el sanjuanino y su familia estaban esperanzados seriamente en que empezarían a dar vuelta el resultado a su favor. Una tomografía en Mendoza, el pasado 11 de marzo arrojó los resultados que tanto esperaban. Siete días después, el 18 de marzo, Edgar estaba sentado con la computadora y le llegó el correo electrónico de los resultados que tanto ansiaban saber. ‘Me puse a llorar y mi esposa me preguntó que me pasaba, entonces le conté y lloramos juntos de alegría, luego le dimos la esperada noticia a Dylan y la euforia volvió a poblar nuestra casa, tantos esfuerzos dieron resultados’, contó emocionado por whatsaap. No habían rastros del linfoma en el cuerpo del sólido guerrero que soportó días y noches enteras en hospitales, viviendo décadas en solo unos meses.
En la actualidad, el joven se somete cada un período de tiempo a radioterapia para ir siguiendo de cerca la recuperación y, a su vez monitorear que el cáncer no vuelva a aparecer. Ante cualquier fiebre o diarrea, los padres están atentos para llevarlo al hospital. Los cuidados siguen siendo lo mismo de exigentes que en la etapa de quimioterapia, y el muchacho, en ningún momento se permite bajar la guardia, y por eso se cuida.
Si bien para el alta definitiva, en esta clase de enfermedades deben de pasar cinco años sin que el cáncer muestre señales de regresar, y la incertidumbre se renueva control a control, la alegría es una constante y la fe un pilar donde la familia entera se apoya. El júbilo de sentirse ganador es total para Dylan. ‘Yo siempre lo vi a Dylan curado, yo sabía que el proceso iba a ser engorroso pero lo íbamos a superar’, manifestó emocionado Edgar, el fiel compañero del joven, en una lucha, que hasta el momento viene ganado.