Un día de nueva normalidad en la Difunta Correa
Cómo cambió la ceremonia de visitar el icónico santuario caucetero, en un relato detallado con imágenes exclusivas. MIRÁ EL VIDEO Y LA FOTOGALERÍA.
La pandemia hizo lo que nadie había logrado en distintos aspectos de la vida cotidiana. Y la hora de las restricciones también se hizo notar en uno de los sitios más importantes de la cultura popular y religiosa sanjuanina, como el paraje Difunta Correa. Luego de un largo lapso de cierre absoluto para los creyentes y visitantes en general, que se extendió entre marzo y diciembre de 2020, sobre finales de año reabrió al público aunque las cosas ahora suceden bastante diferentes a lo que fueron alguna vez.
Desde el lunes 4 de enero se amplió el horario permitido para visitas entre las 8 de la mañana y las 12 de la noche. Con el permiso previamente tramitado en la plataforma digital de turismo, el pasado domingo 10 de enero hubo esperas de unos 40 minutos para poder ingresar al predio. El motivo era más que comprensible: a cada automovilista le piden lógicamente que exhiba el certificado en su celular, además de tomarle datos como nombre completo, número de documento y hasta un teléfono de contacto. Se le mide además la temperatura en las muñecas a cada uno de los ocupantes del vehículo. Y recién entonces, si todo está bien, se permite el acceso.
Esa fila de autos fue el primer impacto, la primera señal de que algo ha cambiado en la Difunta Correa. Una vez traspuesto ese umbral, se termina de completar el cuadro de situación. Atrás quedó la época de las grandes multitudes. Sí, había muchos promesantes, pero eran apenas una fracción de los que habitualmente llegaban al paraje Vallecito, reconocido mundialmente por la devoción a Deolinda Correa. Por momentos las escalinatas que suben al santuario quedaban totalmente vacías, con espacio suficiente para que un muchacho pudiera subir caminando en cuatro patas. O una joven se arrastrara de espaldas, ofreciendo su doloroso sacrificio a la vista de todos.
Por supuesto, cada uno llevaba colocado en todo momento su tapabocas. El signo de los tiempos también quedó impreso en las imágenes de esta nueva normalidad. En la puerta del santuario, allá arriba, dos personas esperaban a los promesantes con alcohol diluido. Cada uno colocaba sus manos en forma de cuenco y recién después de gatillar el desinfectante entraba al recinto. Un cartel enorme indicaba: 'Prohibido tocar la imagen'. Algunos obedecían. Otros no. Al lado, la clásica postal de velas encendidas apenas un instante mientras el viento se ocupaba de solpar las llamas y extinguirlas en segundos. El sol derretía igualmente la cera. Porque más allá de la pandemia, ese calor abrasador, fundamento inicial del milagro de la Deolinda, sigue siendo el marco imborrable de cada visita.
Todas las capillas, los recintos donde se encuentran las ofrendas, las fotos, los trofeos, los vestidos de novia, estaban cerrados. Y así seguirán indefinidamente. En cambio, el paseo de compras empezó a revivir. Luego de 9 meses de inactividad y desesperación, los puesteros pudieron retomar su fuente de ingresos, con algo de público, posiblemente con más consultas que ventas, pero con la esperanza de que la Difuntita hará el milagro nuevamente.
Con espacio de estacionamiento de sobra, algunas familias se atrevieron a desafiar el calor y encendieron el fuego en un parrillero. O se deleitaron con la carne a las llamas del restorán. O una milanesa a la napolitana en otro de los comedores. Todo al compás de las chicharras. Bajo la lluvia de vainas de algarrobo. En un domingo de nueva normalidad. Normalidad al fin.