Hace tiempo que la idea del periodismo objetivo, lleno de anticuerpos contra las ideologías, las simpatías y las antipatías por determinada postura política o los mismos dirigentes, se derrumbó como un castillo de naipes. El periodismo objetivo ha muerto. O, mejor dicho, nunca existió. Basta con volver a los textos de Mariano Moreno o Domingo Faustino Sarmiento, comunicadores que marcaron su época, para corroborar esta premisa. La comunicación siempre estuvo atravesada por las pasiones. Esto no es diferente en los días que corren.

Hace tiempo que se enseña en las aulas universitarias, que la mejor ética del comunicador social no es la pretendida objetividad. En cambio, se aprende a tomar distancia de los hechos que se van a relatar, abriendo el juego a la expresión plural de las fuentes, con posturas contrapuestas entre sí. Que hablen todos los que tengan algo para decir al respecto.

Pero posiblemente la condición más importante sea que el propio comunicador desnude su postura frente al público. Que diga dónde está parado, porque desde ese lugar produce su contenido. El mayor acto de honestidad intelectual es, en definitiva, que la gente sepa a quién está escuchando o a quién está leyendo.

Pueden coincidir las posturas editoriales del medio de comunicación y de los periodistas que trabajan en él, o no. Pero cuando hay un contraste grosero, la relación laboral tiende a ser muy corta. En San Juan, como en Argentina y el resto del mundo hay miradas conservadoras, liberales, progresistas y pragmáticas. De todo un poco, para todos los gustos. Algunos tienen un instrumento más poderoso, con mayor alcance. Otros apenas logran un impacto comunitario, no por ello despreciable.

Que determinado medio de comunicación o un periodista en particular adhiera a cierto proyecto político e incluso manifieste su simpatía por alguno de los seis candidatos presidenciales que jugarán su suerte el próximo domingo, no es malo. La praxis, el tratamiento profesional que hagan de la información, no debiera torcerse por esta mirada personalísima. No debiera ser obstáculo para la pluralidad. Sin embargo, pasa a menudo, que los contenidos se tornan selectivos para conveniencia de alguna parcialidad.

Aún así, después de todo, el cuarto poder ha tenido un importante recorte de su poderío. Lo que digan los periodistas ya no es palabra santa. Su opinión es sometida a crítica. Y la huella de cada uno a lo largo de su carrera está al alcance de un simple click, con una facilidad que nunca antes tuvo la humanidad. En la era de la información, todos somos presos de nuestras propias palabras.

Hay amplias pruebas de que la influencia de los medios de comunicación y los líderes de opinión, se ha relativizado.Incluso las campañas electorales migraron a las redes sociales, en busca de mejorar su llegada al votante, ante la demostración cabal de que los programas políticos, los de espectáculos, las tandas o las PNT, ya no alcanzan. La gente termina votando lo que quiere.

Si se atribuye la derrota del Frente para la Victoria de 2015 a la campaña mediática de los grandes grupos hegemónicos, sería un acto de negación tremenda de los errores cometidos, que le costaron la elección al oficialismo de entonces. Con o sin Clarín. Con o sin 6-7-8. Idéntica lectura le cabría a Cambiemos en esta oportunidad. Ni blindaje ni no blindaje. Los guarismos de las primarias del 11 de agosto desbordaron todas las previsiones publicadas.

Para probar este punto, aparece el caso del vecino cordillerano. El modelo chileno pasó de ser el milagro latinoamericano, a la ficción que terminó al descubierto por la propia realidad. El caldo de cultivo que no se había comunicado, que no se había contado ni publicado, terminó haciendo eclosión en las calles. La gente tuvo la palabra. Como cada uno de los argentinos y las argentinas en el cuarto oscuro, el próximo domingo.


JAQUE MATE