Nuestros adultos mayores y la suma de todos los miedos
Qué hacer con los hombres y mujeres que superaron la barrera de los 65 años, frente a una pandemia ensañada con esa franja etaria. El mundo no lo ha resuelto aún.
En el océano de cosas que no se saben todavía acerca del Coronavirus, hay datos estadísticos que al menos brindan algunas pautas. Entre ellos, la edad promedio de los fallecidos, que en Argentina es de 72 años. El debate mundial al que no escapa Argentina ni mucho menos San Juan, gira en torno a la protección de los adultos mayores, cruzando el límite de la discriminación y la condena a un encierro sin expectativas.
Casi en simultáneo con el jefe de Gobierno Porteño, Horacio Rodríguez Larreta, el gobierno francés de Emmanuel Macron lanzó una prolongación del confinamiento de los mayores de 65 años sin plazo establecido. Con la justificación del cuidado que requieren, por su vulnerabilidad ante el Covid-19, la respuesta oficial más a mano resultó ser el encierro. Que se queden en casa, como única receta más o menos segura.
Mientras tanto, el mundo afuera seguirá buscando una normalidad despojada de arrugas. Manifestación seria en un mundo occidental que hace tiempo reniega de los años y que hizo culto de las cirugías estéticas para detener el envejecimiento. La madurez se igualó únicamente a eso, a la nostalgia por la belleza perdida y las limitaciones físicas. En algún momento de la historia se perdió el valor de la experiencia. O, más simple aún, el reconocimiento del otro como un igual, un par, independientemente de su fecha de nacimiento.
Hubo matices, claro. Larreta tuvo que soportar una andanada de críticas por la obligación de tramitar un permiso para salir de casa, cada vez que un abuelo o abuela necesite asomarse a la vereda. Y Macron terminó desandando sus propios pasos cuando le advirtieron que venía "la rebelión de las canas".
Vecina del francés, la canciller alemana Angela Merkel rechazó de plano siquiera abrir el debate. Su definición está llamada a ser una de las frases célebres que dejará la pandemia. Dijo que: "Encerrar a nuestros mayores como estrategia de salida a la normalidad es inaceptable desde el punto de vista ético y moral".
La veterana líder europea propuso entonces una mirada mucho más amplia que el enfoque sanitario o económico. El planeta entero redujo sus preocupaciones a esos dos aspectos. Pero la complejidad del ser humano, de la vida en sociedad, merece una lectura bastante más abarcativa.
Será tema para los especialistas en bioética, seguramente. Pero mucho antes de ello, será un asunto indispensable de resolver en el corto plazo. Tomar la decisión de liberar a los adultos mayores para que circulen a la par del resto de la población implicará asumir riesgos. Y luego, encontrar medidas para mitigar ese riesgo. Decirlo es complejo, ejecutarlo... mucho más difícil aún. Valga como antecedente aquel viernes de apertura de bancos, desbordados por jubilados hacinados en todo el país. Cuando no hay planificación, el resultado puede ser aterrador. Argentina lo aprendió por las malas.
Sin embargo, si la guía de las decisiones es el miedo, también habrá un alto costo por pagar. Porque el asilo domiciliario para los adultos mayores, durante este primer mes de manera ininterrumpida, ha generado secuelas emocionales algunas veces mejor disimuladas y otras, imposibles de esconder. La carrera cotidiana de quienes pasaron a retiro, por emprender nuevos proyectos, encontrarse con vocaciones postergadas durante los años de esfuerzo, sostener los vínculos familiares desde el calor de la casa paterna o materna, se cortó abruptamente.
Su resarcimiento no se mide en dinero. No hay un cálculo para estimar esa indemnización. Por eso, frente a la preocupación por el contagio de ellos, de ellas, la imagen italiana o española de la muerte en soledad, conectados a un respirador artificial, la única respuesta no puede ni debe ser la condena a una reclusión perpetua, para ver pasar la vida por la ventana, mientras los músculos se siguen entumeciendo, y las ideas apagando.
Es con todos, dijo el presidente Alberto Fernández durante su campaña electoral. También utilizó un slogan semejante, meses antes, el gobernador Sergio Uñac. Llegó la hora de darle sentido. Es con todos. Con arrugas y canas, también.
JAQUE MATE