Escuelas cerradas, nunca más
Es raro empezar las clases un miércoles pero resulta muy simbólico. Similitudes y diferencias a lo largo de dos años traumáticos.
Es raro empezar las clases un miércoles. Es, ante todo, simbólico: no dejar pasar un día más para abrir las escuelas y llenarlas de estudiantes. Es y será determinante para ellos y ellas, pero también para la sociedad en su conjunto, después de dos años traumáticos, plagados de incertidumbre y desasosiego. Arranca el ciclo lectivo 2022 y vuelven las clases como siempre debieron, con presencialidad plena, con aulas completas. A la escuela se asistirá todos los días. Pero no todo será como siempre. No podría, después de lo que pasó. Las vacunas hicieron la diferencia, pero el virus sigue ahí y habrá que convivir con esta nueva, nueva normalidad.
Las clases empiezan con el capítulo salarial docente todavía abierto. Los gremios llevan el rechazo a la oferta de la ministra de Hacienda este miércoles y el pedido de un esfuerzo mayor, porque la inflación asfixia. Sin embargo, a diferencia de años anteriores, el diálogo seguirá adelante mientras suena el timbre de ingreso a las escuelas. ¿No hay margen para medidas de fuerza? ¿O es demasiado pronto para manifestar la disconformidad? Parece ser lo segundo. Todavía hay tiempo para acordar.
El movimiento en el comercio este martes feriado, impulsado casi exclusivamente por las ventas escolares, anticipaba el clima de normalidad. Es tentador pensar que aquí no pasó nada. Que ya está. Pero no. No se puede obviar que los egresados 2020 tuvieron apenas un par de días de clases hasta que se cortó todo el lunes 15 de marzo, apenas una semana después de haber empezado el último año. Y así se despidieron, para siempre, de sus compañeros y docentes. Eso no tiene marcha atrás.
Los que empezaron en 2020 también quedaron inmersos en un simulacro, con pantallas, mensajes de Whatsapp y familias desorientadas, contenidas vía remota por docentes que ensayaban una modalidad a distancia, que nunca nadie les enseñó. Fue todo un experimento de escala global. Sin precedentes.
Hubo un intento por retomar la presencialidad en agosto de 2020, cuando San Juan fue pionera en el país. Pero duró lo mismo que un suspiro, porque estalló el brote de contagios en Caucete y todo volvió a foja cero. Confinamiento y más virtualidad. Las vacunas no llegaron hasta fines de diciembre. A cuentagotas.
Después vino 2021. Las cosas fueron levemente mejores en materia educativa. Volvió la presencialidad pero bimodal. Apareció el concepto de burbujas y se naturalizó dentro del ámbito escolar. La mitad del curso un día, la otra mitad el día siguiente. O intercalados por semanas. Y mucho Whatsapp. Y mucho PDF. Y otra vez el encierro, la Fase 1 gatillada por la segunda ola de contagios. Y miedo. Y conflusión. ¿Era correcto detener el dictado de clases? Surgió una grieta. De un lado estuvieron los que pedían abrir, del otro los que estaban dispuestos a sacrificar el aprendizaje en privilegio de la salud.
Contado así parece sencillo, pero alcanza para despertar el recuerdo apagado. Para quitarse la idea de que aquí no pasó nada.
Las vacunas demoradas llegaron y el segundo semestre de 2021 se aceleró la aplicación de dosis. Volvió progresivamente la escolaridad a través de burbujas con asistencia voluntaria, optativa. La presencialidad plena se ensayó primero en las escuelas más alejadas, contando con que tienen menor matrícula y desplazan menos cantidad de personas cotidianamente.
Recién el 20 de septiembre, con gradualidad, empezó a retomarse la presencialidad plena, la fusión de burbujas, en las escuelas del Gran San Juan. Algunas, las más enormes, recién se acoplaron en octubre. Y así egresó la segunda camada en pandemia. Apenas un poco mejor que los chicos del 2020. Muy, muy lejos, de la vieja normalidad.
Todo este periplo de dos años nuevamente será puesto en crisis. Este miércoles el concepto será totalmente diferente. Alumnos y docentes que sean contactos estrechos asintomáticos y con esquema de vacunación completa seguirán asistiendo a la escuela. No habrá cierre de aulas enteras ni mucho menos de establecimientos completos. El aislamiento quedará reservado para los casos confirmados y la duración de ese encierro tendrá relación directa con el grado de vacunación. El que esté inmunizado faltará menos días a clases.
Seguirán los barbijos, el alcohol en gel y el relativo distanciamiento social, porque un curso con más de 25 personas no permite demasiada separación. Aún así, vuelve la escuela como antaño. Como no sucedía desde hace dos años. Con la expectativa de recuperar el tiempo perdido. Entendiendo que hubo dos camadas de egresados que salieron como pudieron. Y tantos otros que no terminaron, sino que se desvincularon del sistema. Quedaron en el camino. Y todavía hay que reinsertarlos.
La transición implica nuevas reglas. Por ejemplo, pasar de año con hasta cuatro materias previas, como resabio de la pandemia que estuvo a punto de quebrar a la humanidad, en el amplio sentido de la expresión. Reparar las asimetrías es la consigna. Que la conectividad y la tecnología disponible o no en el hogar, ya no sea motivo de exclusión.
A pesar de las dificultades, ahí está la escuela como síntesis de expectativa y de esperanza. De apuesta a futuro. Porque la pandemia sigue, el virus continúa en circulación, aunque sin el poder de daño de otrora, debido a las vacunas. Esta es y será la gran marca de 2022. Entonces, ahora sí parece posible decir: escuelas cerradas, nunca más.
JAQUE MATE